¿CONOCES LOS NUEVE CÍRCULOS DEL INFRAMUNDO MEXICA?

…no acabamos de morir muriendo,
partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos
y al tiempo que morimos
de nuevo caminamos.”

Joaquin Antonio Peañalosa

Al abrir los ojos me encontraba frente al dios de la muerte, el Señor del inframundo: Mictlantecuhtli. No sabía en dónde me encontraba y no tenía miedo. No sabía hacia dónde iba y sentía paz. Nunca había experimentado así la vida; tenía dudas pero no quería preguntar, solo estaba dispuesta a dejarme llevar.

Mictlantecuhtli me miro a los ojos y me dijo: “ven, será un largo camino a mi hogar: el Mictlán, el lugar donde yacen los muertos.”, en ese momento todo cambió, sabía ya que estaba muerta. El Señor de los muertos notó la tristeza en mis ojos y con voz fuerte me dijo lo siguiente: “Que no haya intranquilidad en tus pensamientos, que no haya miedo en tu corazón, mi hogar no es un lugar de castigo; cuando el sol desaparece en la tierra, baja hacía el Mictlán, hacia mí hogar y es ahí cuando todos ahí abajo despiertan.”

El señor de los muertos dirigió sus pasos hacia un río, imaginé que debía seguirlo pero quedé paralizada ante el recuerdo de mi abuela. En ese momento, antes de iniciar el viaje hacia el Mictlán, llegó a mi mente el día en que mi abuela regresó a la tierra, sus restos depositados en una vasija grande de barro, siendo enterrada e invocando a Tlaltecuhtli, la Señora o diosa de la Tierra, para que la arrojara hacia el fondo de su origen, para que la arrojara de nuevo hacia la tierra. ¿Estarán haciendo eso ahora mismo con mi cuerpo?, pensé, y el ladrido de un perro me interrumpió el pensamiento.

Mis pasos estarían dirigidos hacia el Mictlán pero para llegar ahí tenía que recorrer nueve círculos hacia abajo, círculos o dimensiones que representaban los nueves meses de gestación. El perro que había interrumpido el recuerdo de mi abuela estaba junto a mí y Mictlantecuhtli había desaparecido, me encontraba frente al río Apanohuaia, el inicio del largo viaje al Mictlán comenzaba.

Me subí al Xoloitzcuintle, el perro que me ayudaría a cruzar por el agua de aquel río y así poder llegar al segundo círculo del inframundo. Mientras lo atravesábamos, me contaba que el origen de su nombre provenía del náhuatl y que se componía por Xólotl, que era el dios que representaba la transformación, lo desconocido, la muerte y la oscuridad para los mexicas e itzcuintle, que significa perro. A lo lejos empecé a observar dos montañas que chocaban entre sí, una representaba la vida y la otra la muerte. Me bajé del Xoloitzcuintle y le agradecí por haberme ayudado a pasar el primer nivel de inframundo. Me encontraba ya en la segunda dimensión. Tepenemonamictia, lugar de los cerros que se juntan. Para pasar al tercer nivel, debía primero atravesar esas dos montañas completamente desnuda y con cautela para no ser aplastada por ellas. Atravesé con paciencia y rapidez esas dos montañas y seguí descendiendo, me dirigía hacia la tercera dimensión del inframundo.

Una gran montaña se presentó ante mis ojos: Iztépetl o cerro de obsidiana, ahí ya despojada de mi ropa y con un poco de miedo, continúe el camino hacia la cima, atravesando el sendero de filosos y brillantes pedernales de obsidiana que ahí se encontraban para así poder llegar al cuarto círculo: Itzehecáyan o lugar del viento de obsidiana.


Herida y ya sin fuerzas, comencé a sentir frío, el lugar estaba cubierto de nieve, no tenía cómo protegerme, el viento soplaba tan fuerte que sentía que cortaba mi piel como un cuchillo de obsidiana; con ese viento incontrolable, para poder llegar al quinto círculo, debía atravesar los ocho cerros ahí presentes.


Terminaba el recorrido de la última montaña cuando mi cuerpo cansado, cortado y sangrando comenzó a flotar, supe entonces que había llegado a la quinta dimensión del inframundo, donde la gravedad se perdía y los fuertes vientos te arrastraban: Paniecatacoyan o lugar donde los cuerpo flotan como banderas; quería salir pronto de ahí, en ese lugar había perdido el control total de mi camino hacia el Mictlán y justo en ese momento un fuerte viento me arrastró hasta dejarme inconsciente en el sexto círculo: Timiminaloayan o lugar donde la gente es flechada.


Abrí los ojos, quería rendirme, no tenía más fuerzas para continuar, ante mí se encontraba un sendero ya sin nieve, parecía solo ser un largo camino sin sorpresas, respiré profundo y comencé a caminarlo, de pronto, sentí una flecha atravesar mi cuerpo, corrí y una siguiente me rozó de nuevo; sabía que no podía estar mucho tiempo ahí, no quería que mi cuerpo sufriera más, seguí corriendo por el sendero hasta llegar al séptimo círculo: Teocoyohuehualoyan; ahí mi corazón latía con rapidez, su fuerza quería atravesar mi pecho, en esa dimensión sentí que debía deshacerme de él. Frente a mí se presentó un imponente jaguar, a él debía entregárselo, él se lo comería y así yo podría seguir mi camino hacia el Mictlán.


Ya en la penúltima dimensión: Izmictlan Apochcalolca, todo comenzó a llenarse de niebla, mi cuerpo con el pecho abierto y sin corazón siguió su camino, las aguas negras de ese lugar terminaron por despojarme de él, mi cuerpo desapareció por completo, dejó de existir; mi alma estaba lista para llegar al último círculo del inframundo; un lugar donde debía atravesar las aguas del rio Chiconahuapan para así poder despojar a mi alma de cualquier dolor físico; continúe por sus incontrolables aguas y comencé a sentirme libre y sin miedo, en ese momento oí a Mictlantecuhtli decir: “Por fin ha llegado, han pasado ya cuatro años.” Me encontraba ahí sin cuerpo con mi espíritu ya transformado, después de cuatro años me encontraba de nuevo en mi hogar, en el fondo de la tierra, en el Mictlán, me encontraba en el lugar donde todo comenzó.

No existe la vida sin la muerte, no existe la luz sin la oscuridad, no existe el día sin la noche; de esta manera experimentaban la vida nuestros antepasados. La dualidad siempre presente en la cosmovisión mexica; todo es parte de un ciclo, de una transformación constante.

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